6.13.2012


Para ese momento de mi vida yo ya sabía que no era como los demás. No era
simplemente que había tenido una infancia un poco diferente: era muy evidente que no
tenía nada que ver con mis compañeras del colegio, ni con los adolescentes de mi edad.
A decir verdad, siempre me sentí un poco más madura que mis pares. Me costaba
seguirles el ritmo a mis compañeras. Mientras ellas hablaban de ropa o de exámenes, yo
estaba sufriendo por el primer amor no correspondido de mi vida (como si existieran los
amores correspondidos). El amor es perro. Pero aún si pudiera elegir vivir sin amor, no
lo haría. Hace tiempo que pienso que es mejor estar doliente por un amor irreal, o
maligno o escabroso, en lugar de estar obnubilado por la nada y ser comido
progresivamente por el aburrimiento del bienestar. No quiero decir que me sentía más
inteligente que mis compañeras: simplemente teníamos diferentes intereses. Eso puede
ser positivo o bastante malo: yo me creía muy inteligente y perspicaz, así que jamás lo
tomé como un aspecto negativo. Simplemente me consideraba más madura y con la
atención puesta en problemas de adultos, tales como el amor. Lo cierto es que el amor te
vuelve un bebé, aunque tengas cincuenta o sesenta años. Te deforma, te consume. Y si
no es sacrificado no es amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario